La relación familia-escuela: ¿una cuestión
pendiente?
Jordi Garreta Bochaca y Núria Llevot Calvet
Universitat de Lleida
Las relaciones entre las familias y la escuela
deben situarse en un contexto histórico e institucional. Más concretamente, se
inscriben en la articulación entre dos instituciones, la escuela y la familia,
con asimetría de poder y en un contexto social y político que las sitúa en el
debate entre intereses públicos y privados.
Si miramos atrás, la escolarización universal
es una invención relativamente reciente y el desarrollo de los sistemas
educativos que la hacen posible aún más; por otro lado, en los sistemas
educativos con vocación universal no siempre se ha considerado necesaria la
implicación de los progenitores en la escuela y, cuando lo es, no se lleva a
cabo sin resistencias, como pondrá de manifiesto Mariano Fernández Enguita en
el primer texto. De ahí que la relación entre familia y escuela pueda ser vista
todavía como una cuestión pendiente. Aunque deben considerarse espacios yuxtapuestos,
a menudo lo que se percibe es la separación, la distancia, cuando no el
conflicto, entre ambos. Y esto comporta que el territorio de la escuela y el de
la familia se vigile, se controle, por la amenaza de invasión o intrusión2. Por
ello, Dubet3 afirma que existe una paz armada entre escuela y familia y pone en
evidencia, como otros, el uso de vocabulario bélico para referirse a esta
relación. Frecuentemente se cree necesario establecer un nuevo contrato entre
familias y escuela para reconducir una situación en la que la escuela debe
potenciar la implicación, los docentes mantener su derecho a ejercer libremente
y los progenitores a defender sus intereses y los de sus hijos. Las relaciones
entre la escuela y la comunidad son contempladas actualmente como un factor de
gran importancia en la educación del alumnado. La educación empieza en la
familia y se prolonga en la escuela, y una buena educación exige el
conocimiento del medio en el que viven los alumnos, así como la representación
de éste en la vida escolar. Estos principios, inspiradores de numerosas
intervenciones, tienen como una de sus concreciones más importantes favorecer
la participación de los padres en la vida escolar. Y no sólo ésta por sí misma,
sino por lo que representa de que la familia sienta como propia la escuela
—evitando lo que X. Bonal4 ha llamado “la alteridad familiar respecto a la
escuela”, uno de los elementos que considera claves, junto con la
“referencialidad de la inserción sociolaboral familiar”, para comprender el
paso del alumnado por esta institución. Una de las primeras constataciones es
la diversidad de situaciones, intereses, expectativas que existen entre los
docentes y los padres y las madres y que pueden coincidir o generar choques
entre ellos. Siendo sintéticos, las citadas características indican la existencia
de diferentes barreras de comunicación que separan al personal de las escuelas y
los progenitores: falta de disponibilidad de algunos padres por las condiciones
de vida precarias, horarios de trabajo...; nivel de escolarización insuficiente
para poder ayudar en los estudios de los hijos; poco interés o escasa
motivación para participar en la vida de la escuela al no tratarse de una
prioridad; poco o nulo conocimiento del sistema educativo; diferencia entre valores
familiares y los de la escuela; roles en el seno de la familia; dificultad de
algunos padres en percibir el personal de la escuela como agentes educativos
competentes y considerar la escuela como un lugar accesible y donde tienen el
derecho y deber de participar; dificultad en que la escuela traspase lo
estrictamente escolar por la actitud cerrada que manifiestan padres y
profesores; comunicación imposible o limitada por dificultades lingüísticas;
etc. Todo este abanico de obstáculos configura un caleidoscopio imbricado de
situaciones y representaciones del proceso de escolarización.
Siguiendo el discurso legislativo, lo
políticamente correcto, los docentes consideraban básico que los padres
demuestren interés por la evolución de los hijos, lo que detectan a través de
la asistencia a las reuniones de madres y padres, ser miembros de las asociaciones
y realizar visitas al centro para informarse. Resultaba curioso ver cómo quedaba
en minoría el hecho de apoyar la tarea docente. Pero se confirmaba al mismo tiempo
la existencia de frenos y dificultades en la comunicación escuela-familia, que
a juicio de los enseñantes debían resolverse trabajando con las familias ya que
son éstas las que presentan ciertos déficit (cultural, de información...) y
desinterés que impiden una comunicación más fluida. Aun así, también algunos se
atribuían parte de responsabilidad.
Estos trabajos de investigación y sus
resultados nos sugieren que aunque existen obstáculos coincidentes entre
profesores y representantes de asociaciones de madres y padres de alumnos,
también es común atribuir, en mayor o menor medida, la responsabilidad de que
mejore esta relación al “otro”. Los docentes creen que los padres y las madres
se deben implicar en su justa medida, medida que cada docente puede establecer,
y por tanto sin excederse. Y las familias no siempre detectan el grado adecuado
de implicación. Como nos indica un padre: ¿hasta dónde implicarse?
Por parte de los padres no se sabe hasta qué
punto es correcto implicarte, hay miedo a invadir el terreno profesional del
profesorado. Por parte de los maestros, hay miedo a que no sea respetado su
criterio profesional. Habría que meditar sobre este tema e intentar poner una
solución, una especie de filtro en esa línea tan fina que existe entre lo correcto
y lo incorrecto. Sobre todo hace falta mucha información y facilitar que todo
el mundo la reciba. Estoy convencida de que es más fácil motivar a la gente por
medio de charlas personalizadas que por la información escrita.
La diversidad de intereses, expectativas,
representaciones mutuas, resistencias… de progenitores y docentes convierte
esta realidad en compleja y dominada, como hemos mencionado, por las
desconfianzas, las incertidumbres y las amenazas mutuas constantes de invasión
del territorio ajeno.
Este artículo se basa en la relación familia- escuela. Hace mención a que desde la escuela se debe integrar a la familia ya que ambas instituciones se focalizan en lo mismo, que son los niños y trabajando en conjunto favorecerán la incoporación de aprendizajes significativos por parte de estos últimos.
ResponderEliminarEs importante recalcar que el docente no tiene que considerar que la familia debe adaptarse a sus medios y que todo lo que sale mal es por culpa de ésta, como tampoco la familia debe atribuirle toda la responsabilidad a la escuela. Por ello, es necesario que se construya entre estas dos instituciones códigos que compartan y que se responsabilicen ambos para ayudar al niño en la sucesión de los procesos pedagógicos.
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